Horacio Cacciabue en Casa Flores


INTRODUCCIÓN

Todo empezó con un editor, llamado Hernán, que se contactó con el pintor Horacio Cacciabue pidiéndole si se podía presentar en Casa Flores para que mis compañeros y yo le hagamos una entrevista sobre sus obras y su vida personal. El pintor accedió a la entrevista con muchas ganas. Esta consistió en varias preguntas sobre sus comienzos como pintor, sus mejores pinturas y aspectos de su vida personal. Las preguntas las habíamos pensado entre todos, en el marco del taller literario que realizamos en la casa.
La entrevista se llevo a cabo en un clima cómodo, fue amistosa y humorística, ya que el entrevistado lo propuso así.
En el marco de la escuela, seleccionamos los fragmentos que consideramos más valiosos para armar la nota que presentaremos en nuestra revista, Día por Día.


Ajras Leandro, 21 – 11 – 11


Entrevista completa a Horacio Cacciabue


Entrevistador: ¿Querés contarnos un poco cómo llegaste a la pintura? ¿Cuándo fueron tus inicios en la pintura?

P.: Sí, yo dije antes que por azar. Yo en realidad estuve exiliado en aquellos años, cuando volví a la Argentina me costaba tener vivienda y alquilé una pieza en un conventillo. En ese lugar daban clases de pintura. Yo hacía unos dibujos, pero en realidad no tenía nada que ver y ahí quedé como prendado de la fascinación de pintar. Y desde ese momento pinto. Yo coqueteé con eso, yo ahora, después lo veo y tuve unos problemas con la vista, desprendimiento de retina y demás. Ahí, como dije antes, con el fantasma de la ceguera (Ríe.) dije que si la vida me daba la posibilidad de seguir viendo, iba a pintar y aquí estoy.

E.: ¿Y quién fue tu influencia aparte de los talleres para pintar? ¿Algún maestro?

P.: Yo tengo un maestro que es Carlos Gordiarena, que lo nombro y lo venero como mi maestro. Justamente en el momento ese de la ceguera yo me conecté con él. Y también se me da un caso medio raro con eso, porque yo sabía que era mi maestro y no lo conocía. Incluso yo se los recomendé a varios amigos o compañeros, a algunos colegas ahora. Fueron antes que yo. Y en él se dio, como digo yo, esa leyenda zen: llega el maestro cuando uno está preparado. Es decir, yo creo que estaba preparado para poder llegar a mi maestro.

E.:  ¿Sus obras tienen algún significado especial?

P.: Yo pinto, por ejemplo, músicos. En algún sentido podría decir, porque soy un músico frustrado, porque trato de hacer música con la pintura. Por eso dije antes, quiero que los cuadros se escuchen. Después, yo ya en este estado casi de hipnosis en que vivo con mi obra, casi siempre deciden los cuadros lo que hacen (Ríe) de mí con ellos. Digo, los miro y me llevan a un lugar y al otro. Tengo algún tema, pero muchas veces empiezo por un tema y voy a cualquier otro. Me parece que cada obra, cada cuadro, tiene su secreto propio, pero es difícil explicar eso. (Ríe.) 

E.: ¿Y las temáticas? ¿Por qué elegiste o te eligió el jazz, el boxeo y todo lo que ronda a tu obra?

P.: Con el jazz me pasa primero que me gusta, que me parece que es muy afín a una forma de pintar que no tiene que ver casi con la figura en sí. Y a mí me importa que parecería que la cosa está en otro lado, digo, por eso que me interesa el alrededor. Hay un tema de jazz clásico que es “Alrededor de la medianoche”. Lo   que está alrededor del cuadro, parecería que justamente si uno está refiriendo a música, la cosa no está ahí, sino que estaría afuera, en lo que se estaría escuchando. Esa forma también de ponerle un afuera. Con respecto al box, yo miro por televisión y las veces que fui a ver boxeo me parece extraordinariamente bella la situación de dos cuerpos moviéndose, casi danzando. Yo digo que para que haya un golpe tiene que haber un acuerdo. Casi encuentro, eso es lo que trato de representar. En realidad, yo veo un solo cuerpo cuando hay dos fuerzas enfrentadas que se dan en su máximo acuerdo y esplendor cuando se produce el golpe, porque en general, entre los boxeadores se evitan. Y eso, la verdad que eso es una cosa que me tiene también como conmovido, porque no es del pensar ni del saber, es otra cosa y eso es lo que seguramente me interesa. No sé si se entiende lo que digo. (Ríe.) 

E.: Sí, sí.

P.: Además de que el box tiene un montón de términos muy bellos, por eso le interesó también a algunos escritores. Además es dramático como la vida. Yo jugué al fútbol, siempre fui futbolero y soy futbolero y también tuve problemas con la vista por jugar al fútbol, pero a mí no me resulta plástico el fútbol. Digo, por ahí, me resulta plástica una tribuna de fútbol, pero no tanto el juego ni la imagen. Y sí el box. Creo que un tipo se está jugando la vida de verdad, ahí no hay joda “te sacan el banquito” y te cagan a trompadas. Bonavena una vez, charlando con Pavlovsky, hablaban de la soledad y le dijo: “¿Sabés qué es la soledad? Un negro grandote que te dé tres trompadas. Esa es la soledad”.

E.: (Ríe.) Yo quería preguntar: ¿cómo han evolucionado tus obras a través del tiempo?

P.: Yo, en general, con respecto a cierta coloración y a cierta temática tengo como una línea, siempre hice lo mismo. Me parece que ahora, como dije antes, a veces siento que los cuadros me resuelven los temas a mí y me parece que ese es mi gran trabajo, haber podido ya casi ausentarme. Yo tengo la suerte de que una imagen mía se ve, no está mi firma y alguien me dijo: “Vi tu cuadro en algún lado”. En ese sentido, la verdad que estoy bien. Digo, si eso es una evolución. (Ríe.) Estoy bien y me siento muy bien, cuando pasa eso. Después, los cuadros andan. Yo me los olvido, no sé. Es una cosa que trabajé mucho y creo que es una cosa muy rara de los pintores, como a lo mejor casi todas las cosas de la vida, más de un padre con sus hijos. Uno produce algo que le cuesta tanto, que es tan de uno, para que después se vaya. El proceso real del cuadro es cuando no lo tenés más, cuando está en otro lado. Por ejemplo ayer, justo viene a cuento, porque fue una experiencia, una emoción casi: me encontré con un cuadro mío en un lugar que no sabía. Dije “qué lindo cuadro”. (Ríe.) Era un cuadro mío. Entré a verlo, me acerqué a verlo porque estaba justo al lado de un galerista, que es seguro que lo vendió, pero yo no sabía, me sorprendí, esa es la verdad. Es extraordinario que uno se sorprenda con uno mismo. Es como mirarte al espejo y mirarte lindo, bien parecido. (Ríe.)

E.: Te quería preguntar: ¿cómo ves el actual panorama pictórico argentino?

P.: La Argentina tiene una pintura muy importante, probablemente, casi tan fuerte como el tango, por decir algo fuerte en la cultura argentina. Creo que tiene una muy buena pintura, creo que tiene muy buena literatura. Este momento histórico preciso no está lleno del aura de lo nuevo. Acá en la Argentina, con la pintura, parece que en los ’60, se tocó un techo y todos los que seguimos en algún registro, estamos repitiendo. A mí me parece que tiene que ver con algo más grande, a mi lectura, a mi intuición, porque ni siquiera yo lo podría desarrollar con un concepto y es que creo que en muchas cosas hay una forma de vida que se terminó y que todavía no hay una nueva, que estamos en la historia, en un proceso de esa transición. Y a mí me parece que también pasa con el panorama en general, de la pintura. Hay muy buenos pintores. Yo, de hecho, convivo con la generación de los pintores argentinos contemporáneos que estamos tratando de existir en este momento. De cualquier manera, para mí, los grandes pintores argentinos, ya tuvieron un ruido, un impacto, hace 20 años y ese impacto probablemente siga repitiéndose, pero no sé si en la historia tienen la impronta del arte, del presente. No sé si fui claro.

E.: Sí, sí. Yo quería preguntarte, con respecto a que no te acordabas de tus pinturas, que a veces te olvidabas: ¿recordás tu primera pintura?

P.: Sí, lo primero que pinté se fue rápido, se lo llevó una chica que se iba a Chile. (Ríe.) Vos sabés que es la primera vez que lo pienso en toda mi vida? (Ríe.) Me traés un lindo recuerdo.

E.: Gracias.

P.: Eso es lo que me pasó, pero además, viene al pie: yo no tengo conmigo la primera etapa de mi obra, porque me la robaron, tuve la suerte de que me robaran. (Ríe.) Y lo digo en serio, porque yo tenía un taller en un conventillo, tenía toda mi obra ahí y un día entré y no había nada (Ríe.) Por eso tengo poco registro de mi primera etapa, Sobre todo yo no tengo registro de una etapa que a mí me obsesionaba en esa época que era la tortura, los que eran torturados. Incluso tengo ganado algún premio con esa obra y no la tengo, así que de esa etapa creo que tengo un solo cuadro.

E.: Te escuchaba hablar y decías que estuviste muchos años exiliado. Quería saber...

P.: No muchos.

E.: Pero si querías contar por qué o qué te pasó en ese momento. Si fue por la pintura.

P.: No, no, yo no pintaba, no, no. Yo hacía unos dibujitos. Yo era militante político de los años ’70 y me vino a buscar el ejército. Tenía alguna diferencia. (Ríe.) Me tuve que exiliar, no tenía otra posibilidad de seguir vivo. En realidad, yo creo que empecé a pintar como primera necesidad de expresarme políticamente. Ahora, ya la cosa es más compleja, más amplia. Yo creo que siempre uno es un ser político, que está entre mis temas, pero sí lo era en ese momento. No estuve mucho tiempo, estuve un par de años y como yo era un militante, pero no tenía una estructura... digo, yo era un hombre de mi generación, casi todos teníamos un compromiso político.

E.: “O me voy o me voy”. ¿Por qué te llaman “El Indio”? ¿Tiene que ver con tu profesión?

P.: No, miráme de acá. (Ríe.) Es un apelativo, pero a mí me encanta que me digan “El Indio”, me siento muy bien, yo soy “El Indio”, me gusta y tiene que ver también con la militancia. Era mi nombre como de batalla, de guerra que me quedó. Y algunos lo repiten, no me pueden llamar de otra manera. Yo hice un programa de radio, con un amigo filósofo. Estábamos en la radio, me decía “El Indio”. Le digo: “En la radio no se usa eso”. “No, puedo”, me dice. (Ríe.) Ya quedé, pero la verdad que a mí me encanta, yo me siento muy bien con eso. Y me hicieron una nota para un diario de Italia que la titular me decía “El Indio”.

E.: ¿Cuál fue la obra que más te gustó y por qué?

P.: Que más me gustó. Es difícil porque uno es como el padre de todas sus criaturas y yo tendría que decir, para ser coherente conmigo que es la que estoy haciendo. Pero como yo no las hago, en realidad me hacen, tampoco sé. Yo, lo que tengo, son algunas obras como paradigmáticas que me identificaron hacia fuera. Siempre presumo cuando los cuadros se van que los podés hacer de nuevo y nunca los podés hacer. (Ríe.) Nunca más podés repetirlos. Porque ese es un tema. Perdón que me voy a derivar, pero me parece por lo menos interesante como concepto, a mí me gusta decirlo: yo creo que la pintura es una cuestión de tiempo, en general, se cree que es una cuestión de espacio, pero un cuadro no es nada si no tiene una relación con el que lo está haciendo. Y eso se da en un momento, porque si no, es fácil: vos agarrás, tenés una fórmula, hacés tal cosa, la repetís y ya está. En cambio, me parece que eso se puede dar en un momento y no se da siempre o se da a las tres de la mañana y no a las siete, qué se yo. Entonces, esa es la relación compleja que tiene un autor con su obra. De cualquier manera, creo que esas son las que me tienen como marcado y son las que me gustaría llevar conmigo, como que me dijeran: “Poné una obra”. Seguro que pongo alguna de esas. Y a veces digo: “¿Qué habré hecho yo?” (Ríe.) porque, te digo, ya tienen 15, 20 años.

E.: Yo, volviendo al tema de la pintura, Horacio, te quería preguntar cómo comenzás un cuadro y definís qué técnica vas a usar.

P.: Uno puede resolver eso, pero en mi caso, muchas veces termino en cualquier otro lado, arranco por algo y pienso otra. A mí lo que me pasa, en general, o lo que trato que me pase: más allá de que los encargos más allá de las series, porque muchas veces uno empieza a trabajar un tema e intenta desarrollarlo en distintas obras... “más allá de los encargos” quiere decir que vendiste un cuadro, te piden o me piden de aquel lado, obras de determinado tenor y eso un poco condiciona... lo que me sucede es que ando dando vueltas sobre una idea, sobre una imagen, sobre una foto, sobre un dibujo, sobre un boceto y cuando me tiene bien tomado, me largo a la cancha, digamos.  Y probablemente, esto ya es más técnico, lo trato de elaborar de atrás para adelante. Siempre pienso primero el todo y después lo más singular, casi siempre pinto el fondo de la tela de algún color y después entro en un trance. En mi caso y para la gente que pinta como yo, el boceto no tiene mucho sentido, porque justamente está hecho en otro tiempo, en otro tamaño y de otra manera. Lo que yo trato es de imponerle como un presente a la obra. Y yo, además, vivo en mi taller, yo vivo con mi obra, entonces a veces me levanto, miro y ese cuadro me dice: “No, tenés que cambiar algo”. Hoy a la mañana, me pasó eso. Algo que ayer me encantaba, hoy a la mañana, el cuadro me dice: “¡No!”. Y tengo que hacerlo, no puedo, no puedo. Así que es muy caótico, yo soy un caótico, yo además trabajo con cuatro o cinco obras juntas. A veces pienso: “¿Por qué? ¿Cómo termino algo, di yo estoy en siete situaciones juntas?”. Bueno, pero así hago mi obra, qué sé yo, me sale así. Yo creo que eso es muy personal, quiero decir, en cuanto a la respuesta. Me parece que cada uno lo resuelve como puede, quiero decir comparando con otros pintores ¿eh? Quien trabaja algo tiene marcado muy claramente lo que va a hacer y cuál va a ser su proceso. Yo creo que en mi cuadro, el encuentro de ese proceso es el mismo cuadro. A veces se da bien y muchas, no. Yo no sé cuántos cuadros tengo, pero pongámosle que tenga 50, 100 cuadros: seguro que hay 500 fracasos, que no están. Porque los pintores somos gente que nos arrepentimos permanentemente y tiene que ver con un término de la pintura. Que no es lo mismo el dibujo. El dibujo tiene esto, tiene una fugacidad de su momento, lo que pasa es que yo puedo hacer 300 en un día y me quedan tres, cinco, diez que yo considero potables. Pero hay una palabra: arrepentimiento. Es pentimento en italiano y hay un fenómeno de la pintura que se llama “pentimento” que es donde aparecen después de los años o de los siglos tras la veladura de la pintura, el cuadro que estaba atrás. Y ese es un tema, porque no sólo es lo que se ve el cuadro. Y un pintor no es sólo el cuadro que se ve, sino todos los fracasos que tiene encima. Una vez, caminando por el Riachuelo, había un viejito pintando. Yo me acerco y me pregunto: “¿Cuánto hace que está trabajando en el cuadro?”. Y me dijo: “Dos días y 73 años”. (Risas.) A mí me faltan algunos.

E.: Te hago una pregunta, Horacio: ¿cuánto tiempo le dedicás a una obra?

P.: Hay obras que pueden salir, mirá, yo puedo pintar un cuadro por día. De hecho lo he probado, me he probado a mí mismo y alguna vez lo hice, pero hay una obra que te dice: “No, no” y podés estar un año para resolver. Lo más difícil que tiene una de las tareas del pintor es saber cuándo un cuadro está terminado, después que lo cubriste. Digo: vos pintaste toda una tela, le metiste tres manchas y ya es un cuadro. El tema es cuándo vos decís: “Esto está terminado”. O no. Yo digo que es como las casas. Las casas nunca se terminan ¿viste? Tenés que clavar un clavo, hiciste un agujero y después vas a hacer algo y nunca está terminado. En realidad, un cuadro se termina cuando se lo llevan y en eso está también jugado el tiempo. Y eso también está jugada la distinta relación que tiene un artista con su obra. Hay cosas que uno también tiene incorporadas y determinada situación, seguro que la va a resolver fácil, pero si te metés en otra que no conocés... A veces pasa, yo no sé si está bien, a veces me alargo con la respuesta...

E.: No, no, está bien.

P.: Hay una frase que dicen los ecologistas que es muy aplicable a la pintura y digo la experiencia que es que cuando uno altera una rama, modifica una estrella. Es una frase de los ecologistas que es aplicable a la pintura. Vos a veces decís: “No me gusta el angulito que está allá”, le ponés un amarillo al angulito ese y ese amarillo te lleva a ponerle un violeta al otro lado. Y después eso... cagaste...

E.: (Ríe.)

P.: Te metiste en otro barullo, que no te saca nadie. Esto es parecido. A veces, cuando uno tiene que resolver una cosa chica, puede ser que esa pequeña cosa, después te modifique todo lo otro. Porque cuando uno hace un cuadro, que me parece que nos pasa cuando hacemos una y tantas cosas, en realidad estás construyendo un mundo, tiene sus leyes propias que están interconectadas, que están intercomunicadas. Entonces, uno se mete en un laberinto, parecido a que si tocás una rama, seguro que... Lo que piensan los ecologistas: algún despelote en el mundo se está armando.

Mujer: Yo pensaba en eso que decís, el detalle. Cuando miramos en las pantallas de Internet, las pinturas, me acuerdo de dos en particular, que les había llamado la atención a los chicos. Una era de la parte de boxeo y pensaba en esta cosa de pintar no en el detalle, sino desde el detalle. Ahora no está Juan Carlos, pero estaba en ese momento, a él le había llamado la atención ese cuadro por la escena de los puños rojos y el movimiento, parecía una danza.

E.: Parecía como que hubieras pintado algo que hubieras visto, o sea, te recordó: uno noqueado así y otro tirándole una piña.

P.: Creo que es un cuadro que tengo presente, que está en la página. Y a mí me han dicho bailarines que lo veían como danza. Porque antes dije que cuando hay un golpe, es como que hay un acuerdo, hay un movimiento entre los dos movimientos, entre los dos cuerpos enfrentados, que se armonizan en algún sentido. El movimiento de uno es acompasado por el movimiento del otro, parecido a lo que debe ser la danza. Justamente lo que me seduce del boxeo es esa relación secreta. Es muy lindo lo que dijiste, que muchas veces es un detalle para después armar un mundo mucho más grande. Como que también muchas veces, a mí me interesa más lo monstruoso que hay en el que está mirando con deleite la sangre que en el que está enfrentado. Hay algo también, seguramente elíptica o explícitamente que es el que vive y el que contempla. En realidad, por lo que yo sé, por la gente que conocí que boxea: el que boxea, o por lo menos profesionalmente, no lo hace porque sea tan placentero, sino por una necesidad de vida. No obstante eso, me resulta atrapante. Además, la relación entre la luz y la sombra. A mí me gustan mucho las fotos del boxeo y el boxeo filmado. Si hay una pelea, no puedo ver otra cosa, incluso hasta los movimientos, hay una belleza sublime a mi gusto.

E.: Yo quería hacer preguntas artísticas y me quería meter en lo personal: ¿cómo sos?

P.: ¿En qué sentido?

E.: Como pintor.

P.: ¿Y en qué sentido? (Ríe.)

E.: Fuera del mundo artístico.

P.: Yo no tengo mundo artístico, yo soy un tipo que anda por la vida. ¿Cómo soy? Voy a tratar de decir algo de mí. A mí me gusta mucho divertirme, yo soy un tipo que reivindico la risa, para mí la alegría es fundamental en la vida y soy jodón. Soy un tipo de barrio, soy de Avellaneda. Soy muy de barrio y también tengo un perfil intelectual. Cuando estoy mucho en un lado, me aburro y cuando me voy mucho al otro, también. En algún sentido, debo ser un guerrero, en el sentido de entender que la vida es algo que hay que vencer. Y tengo un gran compromiso con el presente, para mí en el aquí, hoy y ahora está toda mi vida. Yo estoy acá y estoy pensando que toda mi vida viví acá, aunque no viví nunca, tengo un gran compromiso con el “todos los días”. A mí no me gusta hablar de este tema, pero anduvo y es parte de mi vida, que seguramente habrá sido uno de los peores momentos de mi vida, porque yo tuve que vivir con mucho miedo. En el exilio, me volví un porteño cerrado, empecé a escuchar tangos, que antes tangos... para comer en Brasil y yo era rockero, para mí la vida era el rock and roll, pero ahí empecé a descubrir Buenos Aires y todo esto. Y después tuve mucho miedo en Buenos Aires, cuando me tocaron vivir años de la dictadura. Y son los peores momentos de mi vida. Y en un momento que yo tenía mucho miedo, que yo creí que no podía salir a la vereda, porque sentía que estaba acosado, iba a comer un plato de fideos y dije: “Este plato de fideos es el manjar más grande de mi vida”. Y yo creo que sigo igual con cada cosa que tengo. (Ríe.) Y en general, me parece que me sirvió mucho para armar este tipo que soy hoy. Yo soy grande, tengo más de 60 años, pero yo soy como me hice. Yo no era así, me hice así. Y me parece que es lo que hay que hacer. El que puede, digo, cada uno tiene la suya, digo, cada uno tiene su propio módulo, su propia forma, no hay experiencia transmisible. Con respecto a tu pregunta, creo que soy un buen tipo, sí.  

E.: Horacio, muchas veces se toma el tema de la pintura, como algo también catártico. ¿Vos qué pensás que sí hay algo sanador en el hecho de darte o no, en pintar o no? ¿Para vos funciona desde algún lugar de esos, nunca funcionó o funcionará?

P.: Es compleja la pregunta. Yo digo que si yo no pintara, sería un asesino serial y daría todos los castings. (Risas.) Yo descargo mucha violencia, mucha tensión en la pintura y soy un tipo muy sereno. No sé qué pasaría si no fuera pintor o no expresaría toda una serie de energías en ese registro. Todo pibe es un artista, cualquier cosa que uno ve de un chico es mucho mejor que la obra de cualquiera de nosotros, grandes que hacemos... Como dicen ellos –yo no tengo hijos– pero los hijos de mis amigos: “Yo hago los mismos garabatos y no soy nada importante. ¿Vos quién sos?”. (Ríe.) Pero en ese sentido, creo que el sacar de uno esa cosa tan infantil que es vivir con los colores, con expresiones que no son del lenguaje cotidiano o de lo instituido en la sociedad, eso también debe ser. Ahora, una persona puede llegar a no decir nada, qué se yo. Hace muchos años que trabajo permanentemente en esto, muchas veces no lo disfruto, porque el grado de compromiso que tiene uno con lo suyo también es solamente placentero, pero sé que no podría hacer otra cosa. No sé si respondí.

E.: Perfecto. A esto venía mi pregunta más o menos: ¿qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta de tu profesión?

P.: Yo te voy a decir lo que más me gusta: estar con amigos en la vida. Estar con los amigos y tomar vino con ellos. Lo que más me gusta. Lo que menos me gusta es la seriedad. Bueno, lo que menos me gusta es un montón de turros que andan por la vida y que en general, son serios. (Risas.) Con respecto a la pintura, lo que menos me gusta es la pintura aburrida y yo soy visceral, yo sigo siendo el mismo animal que miro un cuadro y dice: “Me gustó, no me gustó”, después puedo decir algo, obviamente, si uno está todo el día boludeando con estas cosas, un lenguaje genera para decir cosas, pero con respecto a la pintura me sigue pasando lo mismo. Si a mí no me emociona, no me genera una intensidad, no existe, no sirve. Y me pasa con mucha pintura.

E.: Estaba mirando en Internet una pintura que creo que se llamaba “Día de furia”, que estaba el obelisco, muchos colores...

P.: “La ciudad de la furia”.

E.: Estaba bueno, yo no conozco nada de pintura, pero me llamó la atención. Una de todas las que vi, fue la que más me gustó, fuera de esto, del cuestionario, de la entrevista. Preguntar: ¿qué fue lo que te llevó a vos a pintar eso? ¿Lo viste y dijiste: “me gusta, lo pinto”? ¿O cómo fue que llegaste a pintar eso?

P.: En “La ciudad de la furia”, el título es un afano al tema de Soda Stereo. Me parece que es porque es una serie de varios cuadros. Hay uno que son cuatro en uno, probablemente sea así. Es la imagen del obelisco con un montón de colores. Yo tengo una visión óptica de la ciudad que me seduce mucho. Yo soy un hombre de ciudad y me gusta Buenos Aires. Yo viajo, pero me gusta Buenos Aires. Y en realidad, lo que me pasa en general, es que hay como una forma que me toma, yo trato de ponerle mi forma a una imagen convencional, como que algo que todo el mundo ve, yo lo tengo que pasar por mí y eso es lo que termina sucediendo o lo que termino mostrando. Por ejemplo, yo tengo una serie, bastante de mi obra, que es el Riachuelo, hay un cuadro que se llama “El Riachuelo y el amarillo de cadmio” (?). El Riachuelo no es amarillo, pero yo lo traduzco a mi universo, a mi tensión y yo ya tengo como una forma que me toma y lo que veo... los pintores somos un poco vampiros: vemos, nos queda pegado en algún lado y no sabemos de dónde apareció. Pero tiene que tener mi forma, esa sería la idea. Digo: las cosas que viven conmigo, pasadas a mi forma. Esto sería un poco una respuesta.

E.: Mi viejo también vivió en Avellaneda, se crió ahí y uno pasa por ahí y por más que sea feo, es inevitable no mirarlo, no ver, y vi. No sé si te trae recuerdos de chico pintar eso, o ya te vino de grande. No era ir a buscar pelotas y que se quedaban ahí.

P.: Yo nací muy cerca del Riachuelo. Incluso tengo una serie de cuentos que inventé en un lugar puntual, que son los barrios alrededor del Riachuelo donde yo me crié.

E.: ¿Cómo se llamaba el barrio?

P.: La Mosca, Castellino... Mis viejos se conocieron en la Siam. Es mi mundo. Mis viejos laburaban, eran obreros en la Siam, es el barrio que se hizo alrededor...

E.: Sí, sí, sí.

P.: Ese es mi barrio. (Ríe.) De cualquier manera a eso lo tengo y reaparece. La otra vez ¿te acordás cuando hablábamos de cuando estuvimos filmando sobre tango? Yo tengo una obra sobre tango, pero yo siento que el tango no tiene que ver con mi pintura, Pero yo soy tanguero, qué voy a hacer. Cómo convivo con eso. A veces me trae problemas, pero bueno, yo tengo que ser yo y eso me trasciende. Con respecto al Riachuelo, a mí siempre me pasó una cosa muy fuerte: yo soy de aquel lado, es como un límite, es como el río grande en las películas de cowboys, que los tipos se rajaban detrás del río grande. (Ríe.) Y yo soy de ahí. En ese registro, en el cuadro no se ve eso, pero yo lo estoy viendo de aquel lado. Esa es mi idea. Yo estoy viendo del otro lado, que es una metáfora para tantas cosas.

E.:¿Cómo se sintió con esta entrevista y sus entrevistadores?

P.: Antes dije que yo siento que estoy viviendo acá. Me gustaría saber más de ustedes, me encanta como estamos. La verdad que me siento bárbaro. Ojalá que les sirva, no porque yo sea... ¿viste? no hay que parecerse a nadie ni la experiencia de nadie es transferible, pero yo creo que un artista –vuelvo a decirlo a eso– es aquel que hace una vida, toda vida es una extraordinaria obra de arte y es lo único que tenemos que hacer. Es casi como la letra. La letra de uno es única, no hay otra y hay que hacerla, hay que escribirla, hay que buscarla adentro de uno, no está en otro lado.

E.: Muchas gracias.
                                                                       Aplausos

Espíritus malos en la casa

Libro:
Veranos Turbulentos, de Mireya Keller


1) Escribir una frase del libro
2) Elegir cinco palabras del cuento
3) Armar un texto propio usando esas cinco palabras elegidas.


 Respuestas:

1) “Con esa vocecita tímida de no quiero importunar y que al final terminó jodiéndote”.

2) Modernosa
Convincente
Felicitaciones
Tímida
Indestructible


    3)                            Espíritus malos en la casa

        Todo comienza en una modernosa inmobiliaria del siglo XXI. Una pareja de recién casados se encontraba interesada en comprar una casa, no cualquier casa, sino una  indestructible, muy difícil de encontrar.
Iban pasando los días, semanas y hasta meses y esta pareja seguía sin poder encontrar esa casa. Un día la inmobiliaria los citó, aparentemente habían encontrado esa casa tan buscada, pero había un tema, no era muy convincente para habitar por el hecho de que era una casa donde recientemente había fallecido un matrimonio de ancianos por causas pocos claras. Se dijo que eran espíritus malos.
La pareja llega a la inmobiliaria con muchos nervios. Mariana pregunta:
-         ¿Es indestructible?
-         La mujer responde - ¡Sí! ¡Felicitaciones, es magnifica!
Sin embargo Lucas, tímido, seguía muy inquieto con el rumor de los espíritus, algo no cerraba del por qué la casa era del siglo pasado y no tenía ni un rasguño, ni una mancha de humedad, ni un detalle, como si alguien la mantuviera intacta constantemente.
Este matrimonio terminó comprando esta casa, tratando de no hacer caso a ese apodo que los vecinos de alrededor le habían colocado: “La casa del terror”.
Años después se dio a conocer en todos los medios la muerte de dos personas por causas desconocidas, en la misma casa donde un tiempo atrás habían muerto dos personas también.
                                                             
Leandro Ajras  15 de Noviembre de 2011




Biografía de Mireya Killer

Mireya Keller nació en Santiago de Chile, vivió en diferentes países de América Latina y Europa y desde 1992 reside en Buenos Aires. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad de Chile y en su carrera literaria ha obtenido numerosos premios tanto en el extranjero como en Argentina.
Entre los años 1996-2008 formó parte del grupo Los del Piso 12, con los que produjeron el programa de Radio Contextos y el Concurso Internacional Contextos de Relato Breve. Actualmente es co-directora, junto a Zulma Fraga, de Editorial Piso 12.
Recibió un primer premio en el Concurso Nacional de Cuentos Biblioteca Nacional, Santiago de Chile, 1986.